De gris me levanto
en estas mañanas de invierno
para confundirme con el cielo borroso
que llueve cuando alzo la mirada.
Del negro de mis ojos
paso a usarlos para pintar mi cabello oscuro
frente al espejo que me mira
esperando me vista de negro, como hago en invierno.
Del verde de los árboles
sólo en el piso habitan
como hojas esperantes
de la última partida.
En el ámbar del semáforo me congelo
para esperar si se detiene el tiempo
y no tenga que llegar al final del día
donde el frío es tan fuerte como las pastillas.
Azul me quedo toda la tarde
y no como príncipe de cuentos
sino como hielo inerte
mirando como otros disfrutan besos.
Pero me corresponde el dorado
de un sol que en mayo no toca salir
pues se está poniendo amarillo
tras las nubes de un muerto verano.
Así camino divagando de morados
que no representan golpes
sino ropas que resaltan en la calle
frente a mi oscuro vestir, mis descoloridos pasos.
Y cuando se enciende la noche
llego al rojo de tu boca,
que es el monitor
y el claro de tu cuello
que es conversación
para perderme en tus colores
que ocultas con temor
de un tiempo en blanco y negro
que yo también viví
con otros pinceles
pero en la misma nada
sin la escala del Re-menor
pues la vista no escucha
pero recuerda desde el albor de la primera mañana
hasta el último suspiro
de la noche azul más cercana.
Si gris amanece
para caminar por tardes rojas
y perderme en el azul de las doce.
Entonces me volveré transparente
para ser nadie que hayas conocido antes...
y ser a su vez
todos los colores.
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