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Desde 1960 en adelante un doctor norteamericano hizo experimentos más o menos exitosos con monos rhesus a los que intercambió cabezas o agregó la cabeza de otro mono. Aunque el doctor en cuestión era —y es— un profesional serio y vivió una carrera de décadas salvando cantidad de vidas por medio de la neurocirugía, todavía lleva esa carga: se recuerdan sus experimentos por la faceta monstruosa. Las historias sobre estos episodios son escalofriantes, más por el hecho de que fueron reales.
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Pero la cabeza estaba aislada del cuerpo, unida sólo con unos ganchos y suturas externas, y no podía controlar sus funciones motoras, que si bien no están dedicadas al elevado intelecto son primordiales para la vida: las técnicas de esa época no permitían conectar —no se ha logrado aún— la médula espinal con el cerebro. Como es lógico, el experimento duró poco. Uno o dos días.
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