Motivo invisible

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Era domingo y el frío helaba mis pulmones, la playa estaba a escasos metros y por eso la humedad a las 5 de la tarde estaba en todo su apogeo, habían cerca diez canchas de futbol (o fulbito como le llamamos acá) para desplegar el deporte heredado de los ingleses, correr tras una pelota y golpearla con los pies para meterla en un arco resguardado por un jugador que puede usar las manos para tal fin. Estaba con los clásicos Alex, el tipo de mirada segura, vida tranquila y determinación inquebrantable; Talla, el típico joven que no hizo bien las cosas, que intenta día a día reinvindicarse, el que no es malo pero ha sido castigado por sus descuidos; mi primo, que es el doble de alto que yo, tiene chicas rodeandolo a su gusto y cree en que todo es posible y permisible. Los compañeros de deporte con el que me reuno para usar las piernas en una canchita de fulbito cerca a la playa.

El frío me desgarraba la piel y veia como uno a uno mis compañeros de equipo iban cayendo tras la jugadas de los jugadores rivales, mas, no me atreví a participar de la acción; tal vez por miedo, tal vez por vergüenza de que me dejen en el piso como a ellos. Ellos se notaba que jugaban seguido con la pelota, en cambio nosotros somos seres más tranquilos y torpes, nuestro afán por el deporte recién llegó a los 15 años y lo practicábamos una vez a la semana, o al mes o al año. Otros a nuestra edad lo practicaban cada día. Como no era nuestro caso fuimos humillados en las canchas multitud de veces pero siempre con una sonrisa de idiotas y la promesa de comenzar la próxima vez mejor, entre amigos las derrotas son más divertidas. Pero hoy no quería eso... ellos eran acompañados por sus enamoradas, quienes desde la tribuna improvisada con piedras y maderas hacían vivas y porras a sus respectivos amantes... mientras yo era cobijado y alentado por el sonido del mar y el silencio de mis ganas.

Cuando nos metieron el tercer gol y vi como nosotros no metíamos ni uno solo, algo extraño pasó o algo me dije yo mismo que cambió las cosas: ¿Yobb, tres goles por mi ok?... vi a un extremo de la cancha y ahí estaba ella con una sonrisa y alzando la mano timidamente... minutos después corrí tras la pelota como si fuera dinero... perseguí al resto de jugadores para quitarles mi objetivo; me cai me golpié, me agité y el asma iba apareciendo, me cansé, y cuando pensé que solo estaba haciendo el ridículo la pelota llegó a mis pies y otra vez mi mente me habló: Ellos tienen domingo a domingo su motivo.., tú lo tienes hoy ahí viendote... y tristemente... nunca más lo tendrás... porque a ella no le gusta el futbol. No pude evitar sonreir y enfurecerme a la vez, si no lo hacía ahora, ¿cuando?... me puse firme y avancé... el primero me cayó con fuerza pero me limité a esquivarlo rápidamente, el segundo era más técnico y cayó con las piernas tapándome todo avance, más fue ahora cuando apliqué fuerza y la pelota nunca se separó de mis pies... ya cerca al arco una tremenda masa tapaba todo ángulo disponible... pero como ya caían dos más a mi encuentro... busqué el ángulo que si bien era insignificante era el único disponible y patié... con la convicción de que era gol, con las ganas de que lo fuera... con una sonrisa por ella. Y fue gol.

Pero ella me había pedido ¡tres!. Aunque corrí como nunca y el resto me dijo: ¡Por fin te pones a jugar!... no logré hacer más goles, pero pude dar pase a dos para los dos goles siguientes y el último que nos dio la victoria, comencé yo la jugada.

El fútbol es un juego tonto he escuchado hablar, es como muchos deportes creo yo, no tiene un fin razonable, solo es para ejercitarse y colaborar para una meta común. Si lees esto te digo que aparte de eso también el domingo comprendí que sirve para encender nuestros motivos, aprender de las derrotas... y no solo disfrutar sino también dedicar nuestras victorias... como un poema pero con sudor. Sonó feo tal vez, pero es como la vida misma. Gol.

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