II: Punto previene problemas poéticos

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Fue increible... ¡lo hubieras visto!

Pedro Pablo Pico Perez estaba muy atrás y no pudo ver nada
pero escuchaba a la gente gritar,
a las mujeres murmurar,
sentía los aplausos
y sabía que era mucha gente,
casi tanta para decir demasiada.

Pedro acostumbrado a los días tranquilos de verano,
no supo entender el por qué de la bulla,
la gente pasaba a su costado sin notar su presencia,
la bulla recorría su cuerpo
y él escuchaba todo...
pero fiel a su ceguera de nacimiento
supo mantener los ojos guardados.

Pablo era el tipo que no hablaba con nadie,
prefería saber qué pasaba
y soltar una palabra justa,
decir una frase precisa...
era querido en el pueblo
pero ignorado a la vez,
era de esos que con pocos movimientos
te sorprende
de esos que son ciegos
pero te analizan
de esos que no existen
excepto cuando los conoces.

Pico era el hombre que no tenía nombre,
pues siempre se presentaba con algún sobrenombre
para ocultar su chiste llamado nombre
y de esa forma prodigarse como un recuerdo pobre.

Pérez era feliz con un lápiz,
una hoja verde de menta
y un lugar lejano donde nadie lo joda,
pues creia en el principio de la soledad:
"Mientras más me alejo de todo,
más me acerco a mi mismo,
mientras más callo la bulla exterior
mejor conoceré mi melodía interior".

Y así el estúpido Pedro Pablo Pico Pérez
vivió días siendo en su mente superior
ante la propia burla de saber que no lo era,
pero sí era ciego, tartamudo y cojo de nacimiento...
hasta aquel día que llegó la bulla a la ciudad de las luces,
él fiel a escuchar, se enredó entre mil voces...
hasta que logró escuchar el origen de la distorsión:

Es increible
¡MIREN!
gritaba un tipo de voz gruesa,
que era rodeado de mucha algarabía,
el buen Pedro se hizo paso entre la gente
al paso que sabía, con el bastón en frente y la mirada baja
para ocultar sus ojos torpes y vanos,
llegó hasta el origen de la bulla y se sentó en la tierra,
escuchando hazañas y proezas humanas
que la gente aplaudía ni bien culminaba una,
se escuchaban monedas y
y al comenzar otra
se apagaban las palabras.

Cogió un lápiz de su bolsillo agujereado pero aún servible,
y comenzó a escribir en una hoja arrugada y de color negra,
alguien a su lado de reojo husmeó y le dijo:
Amigo, estás esribiendo de color negro en una hoja negra,
nuestro Pérez le contestó amablemente: Cuando no sepas de colores, verás cuan igual es el día y la noche.

Al acabar de resonar el último aplauso de la última persona, del último grupo de la última fila de las formadas improvisadamente en aquel terral de la villa de los Salvadores. Pedro Pablo Pico Pérez se levantó del suelo y dijo en su serena voz chillona, pero tan fuerte que no hubo oido que no supiera de su palabra aquel domingo:
"Señor mago... nos ha hablado hoy de magia."

El mago sin dejarlo terminar
y haciendo gala del mal gusto de su boca:
"En realidad no hablé de magia, la hice... para aquellos ojos que pudieron verla."

El insistente Pablo siguió sin inmutarse:
"¿Pero no es verdad que la magia es universal? ¿cómo puede usted desaparecer algo que ya está oculto a los ojos?"

Amigo escaso de la providencia de las luces, no es mi intención ser reconocido por todos, si el pueblo me aplaude y puedo comer hoy, habré cumplido mi cometido, si el resto del mundo ajeno a esta villa y este domingo no pudo ver mi magia hoy yo de todas formas habré cumplido mi cometido, si usted es de los pocos que no aplaude, aún así... habré cumplido mi cometido.

Pico no tenía ya la inservible vista baja sino que la alzó y dijo:
"No es mi intención ofender su trabajo señor ilusionista, pero no me parece correcto que habiendo hecho nada pueda llevarse dinero que fue trabajado haciendo mucho. ¿Si yo logro desaparecerlo delante de todos, enseñará ud. sus trucos y devolverá el dinero que le fue dado?"

El mago rio burlando la propuesta
pero por curiosidad respondió:
Desaparéceme y te enseñaré a desaperecer la villa entera.

La gente murmuraba preocupada y otros en tono de burla
por la contienda del mago y el ciego,
la gente disfrutaba el domingo
viendo al David de turno luchar con Goliat.

Pedro dijo algo último:
Señor mago, mire las estrellas.

Es de día, ciego.

Pero están ahí, que no las pueda ver no significa que no existan, mírelas.

Tartamudo, acaba tu jornada.
Mire sus manos señor mago, capaces de desaparecerlo todo, excepto las mentiras y las carteras robadas el día de hoy.

La gente exclamó al unísono y sin esperar mucho se escucharon las primeras quejas y reclamos... dos tipos corrieron alejándose de la villa...
la gente quedó pasmada
hubo magia en sus bosillos y faltaban cosas.

Al mago le recorrió una notoria gota de sudor por el rostro en aquel domingo de invierno
y Pedro Pablo Pico Pérez exclamó sus palabras mágicas:

...

El mago evitó cualquier palabra y se abalanzó sobre él ante las miradas de la gente que no hacían más que mirar inertes: "Ciego, a ver desaparece mi furia?... a ver... desaparéceme... a ver... desaparece este cuchillo en tu vientre". La gente gritó leónicamente y todos se abalanzaron sin medir la consecuencia del arma cerca de nuestro amigo, el filo se apersonó, estaba a punto de enrojocer aquel domingo...

Y Pedro dijo:

Yobber, acaba el poema.

Y la villa entera desapareció.

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